jueves, 16 de octubre de 2014

Las tres hermanas


         

Nacieron de la noche. Creo que eso las condicionó a ser oscuras. Andaban por su mundo  vestidas con una especie de túnica blanca, quizás para dar un toque de luna a las tinieblas. La que nació primero −Clotis−  era la menos oscura, casi  podríamos decir que tenía su matiz rosa,   porque  albergaba la esperanza primigenia dentro de sí −aquella tan dulce que siempre inspira, un brote nuevo. La segunda ya era más tenebrosa y calculadora;  andaba siempre midiendo todo con una vara métrica;  juzgando  cada día;  cada hora; cada  minuto y hasta segundo;  con una indiferencia que helaba la sangre.  Se llamaba Lauresis  y era en verdad   tétrica, por su impasibilidad.  Pero la última, ¡ah, la última!,  esa sí que era terrible y muy, muy oscura;  la llamaron Agosto,  ¡a saber por qué!  y era más negra que el terror.
Que nadie se engañe. No hablamos de color de pieles ni de ojos. No. Nada externo. Hablamos del alma.
Conviene aclarar que ese territorio álmico donde moraban las tres, se podía prestar  a confusión.  En primer lugar porque  parece que el alma es como un espejo donde se refleja todo el mundo visible, pero del revés,  −como en cualquier espejo−  y en segundo lugar, porque es un territorio que no respeta la cronología de tiempo y espacio.
Baste a tal fin, recordar cuando alguien dice tener una pena muy honda en el alma, como los días se vuelven siglos; y viceversa: cuando los días son alegres, se disuelven como espuma.

     Volviendo a las hermanas y siguiendo esas reglas álmicas;  Agosto –la última en nacer− era la más vieja.  Vieja y horrible –justo es decirlo.
      A Clotis – la más joven y agraciada− le regalaron al nacer  la hebra de la esperanza y con ella se dedicó a tejer.  Toda la vida.  Mientras, Lauresis,  la segunda,  iba calculando y midiendo todo lo que la primera tejía. Hasta que aparecía la vieja terrible y, cuando a ella se le antojaba,  sacaba a relucir las tijeras malditas y ¡zas!,  cortaba la hebra sin decir: ¡agua va!
       Pero,  ¿Por qué ahora, cuando me faltaba aún tejer una manga?
       Porque me da la gana – era su respuesta habitual.
       ¡Qué desconsiderada! –se lamentó un día, Clotis.
       ¿Consideración?  No tengo idea de lo que hablas. ¿qué es?
       Es reflexionar antes de hacer algo, atenta a que no dañe;  es decir tener un sentimiento de respeto.
       ¡Já!  ¡Estás loca de remate! Todo ese palabrerío es desconocido para mí. Yo soy la dueña de las tijeras y las uso cuando me place.
       Y  la semana pasada, ¡fue peor!−seguía protestando Cotis− Estaba haciendo un bordado nuevo con una  hebra primorosa, eran los primeros puntos,  ¡no hay derecho!
       Mira, te diré algo,  y que se te grabe en tu estúpida cabecita: ¡me tienen sin cuidado tus primores y tus puntos nuevos!,  a mi todo me importa un bledo;  ¡incuso tú!
      Clotis quedó muda. Cuando alguien te dice que “le importas un bledo”, todo argumento queda sobrando.
      Entonces se volvió hacia Lauresis, que había presenciado  en silencio, toda la escena;  indiferente;  con su vara en mano,  −seguramente pronta para empezar a medir las nuevas hebras que Clotis hilara; sin importarle otra cuestión.
       ¿Y tú qué dices a todo esto, te parece justo? –le preguntó Clotis.
      Lauresis calibró el momento. Calculó primero la mirada triste de Clotis y sopesó  sus  esperanzas  tronchadas  de forma abrupta.  Luego se dirigió a  sondear las cuencas de  Agosto.  Calibró a la perfección,  su impiedad inconmensurable. Desvió pronto  la mirada ya que asomarse a los ojos vacuos de la oscura vieja, que  blandía sin límite,  sus funestas tijeras;  no era algo que se pudiera cronometrar  por mucho rato − te invadía un frío de miedo. Después  clavó la vista en su propia e  inexorable vara.  Por fin mensuró todo,  evaluó  y dictaminó:
       El destino nunca es Justo.  Si buscas justicia, habla con Temis.

( Basado en Las Moiras griegas)