viernes, 22 de mayo de 2020

Margarita : símbolo de pureza, inocencia y amor


Anoche tuve un sueño. En él aparecía un ser luminoso y me decía lo siguiente:
"Imagina que mañana al despertar puedes expresar todo lo que guardas en tu corazón. Puedes decir lo que piensas y lo que sientes, a todo el mundo, sin temor alguno. ¿Cómo te sentirías, si de verdad pudieras hacer esto? ¿Qué dirías?"
A la mañana cuando desperté, la pregunta sonaba en mi alma. Y siguió resonando todo el día.
¿Qué dirías, qué dirías?
¡Pero, si yo no tengo nada que decir! —era la respuesta. Si siempre he hablado a todos, sin ningún temor de nada. Soy libre. Puedo decir lo que siento, donde quiera. Y lo he hecho.
Pero la pregunta seguía resonando en mi interior: ¿Qué dirías?
La respuesta era siempre el vacío. No tenía nada que decir. Y eso me producía un desasosiego tremendo. Si tuviera la posibilidad de abrir mi corazón al mundo para expresar lo que hay en él —insistía— no hallaba nada qué decir. No había nada.
Me preocupaba porque en mis sueños, siempre recibo mensajes llenos de contenido, ¿cómo esta vez no hallaba ninguno?
Cuando terminó el día, encontré la respuesta. Sentí alivio, porque el vacío dentro, siempre produce angustia. Pero también allí apareció la pregunta otra vez: ¿Qué dirías? ¿Se puede, en esta sociedad enferma, decir sin duda, lo que uno siente en su corazón?
¿Se puede decir lo que “no es políticamente correcto”, sin que “la policía del pensamiento” se te eche encima, te escrache y te queme en la hoguera, como a las brujas en la santa inquisición?
¿Se atreve uno, a desafiar a la turba lapidaria y fanática?
¿Por qué nos callamos la boca?
¿Por qué dejamos que los aleccionados, por un lado, y los idiotas útiles, por otro, nos cierren la boca con sus pensamientos mordaza, basados en la sensiblería más baja e hipócrita? —Ojo, ¡el dolor de las víctimas es real! La hipocresía es la de quien los usa como emblema para sus fines dogmáticos.
Y entonces te zampan: Terrorismo de estado = Pensamiento mordaza.
A mí se me murió un hijo. “El dolor por la muerte de tu hijo, no vale nada. No murió “luchando por sus ideas”, no fue “un revolucionario”, entra en una categoría mucho más baja” —¡me lo han dicho! ¡Claro! Eduardo murió trabajando, nunca empuñó un arma, ni fusiló a nadie, ni se peleó con ninguno de sus mil amigos, porque no pensaran como él.
La concepción de terrorismo de estado —cosa absolutamente pavorosa e inadmisible— es maniquea, para algunos.
¿Quién instauró terrorismo de estado?: ¿Stalin, con sus purgas; Hitler, con la masacre judía; Mussolini el socialista inventor de fascismo; Mao Zedong con sus millones de disidentes asesinados; Fidel Castro y su paredón, Ernesto Guevara, en su cabaña de tortura, con su gorra vendedora mundial de camisetas; Juan Perón, y sus montoneros; Nicolás Maduro, y su pajarito esquizoide; Daniel Ortega, asesino con el plus de violador de menores, Kim Jong Un, que tuvimos la esperanza —hace poco— de su “retiro”, con lo cuál tomaría su lugar Kim Yo-jong, que es más asesina aún? Porque “ellos”, nunca sueltan ¡Nunca!
La lista de psicópatas al mando es infinita, pavorosa y brutal. Pero las personas que manejan estas listas son maniqueos, y tienen su elección privada, ¡a gusto y piacere!
Aclaración: El ave sagrada como símbolo de los maniqueístas, es el PAVO —¿curioso no?
Porque han instaurado una categoría de muertos : si el muerto no es políticamente correcto, su muerte no vale nada.
Mi hijo Eduardo, está muerto. No lo puedo encontrar fuera, porque no está en ningún lado de ese afuera. Solo lo puedo encontrar dentro mío y dentro de las personas que lo amamos. Nada más.
Por ese motivo, es que no hallaba nada que decir, porque aparece el pudor, cuando se trata de hablar de un ser amado que ha muerto. Porque es falta de respeto exponer ese ser amado, que ya no está acá, al zarandeo público. Porque el dolor requiere intimidad, y solo se habla con las personas que estuvieron cerca, y que también sufren, y también lo amaron.
Eduardo siempre será una ausencia dentro de mi corazón, pero nunca un vacío.
El tenía sueños, mil sueños. Tenía veinte años y esperanzas. Quería estudiar, amar, sonreír, surfear, tocar la guitarra y todo eso estaba haciendo. También estaba trabajando, y se murió, en un accidente de trabajo, en el aeropuerto de Ginebra con sus sueños tronchados.
Murió en la pista, golpeado por la hélice de una avioneta, una madrugada de invierno.
Hacía un mes que trabajaba allí.
El reglamento de un aeropuerto, establece la prohibición de mandar a un trabajador nuevo a la pista, antes de que cumpla los tres meses de adiestramiento para dicha labor.
El encargado que tuvo la irresponsabilidad de saltarse el reglamento, y mandarlo a la muerte, era un señor de nacionalidad española, y era adicto al trago.
Eso apareció en el parte policial.
¿Qué se debe hacer con dicha información, que hasta el día de hoy, después de veinte años, solo el núcleo familiar más íntimo, conocemos?
Ninguno de nosotros quiso ahondar en ellos, y menos hacerlo público. Porque eso es solo morbosidad.
¿Por qué y para qué hacerlo? Nadie que sufra, y sienta dolor real, desea exponer detalles morbosos. A no ser que sea hipócrita, chantajista emocional o muy necio.
¿Debía reclamar justicia? ¿A quién? ¿A Dios? ¿Al destino?
¿Debía odiar al irresponsable que lo mandó a la pista? ¿O tal vez a todos los españoles? ¡¿A quién?!
¡A Nadie! No tenía que reclamar a nadie, ni salir a volcar al mundo mi dolor y mi sensación de injusticia.
Nunca me gustó hablar de su muerte, sino de su vida. El dolor es real, y necesario, y siempre está allí. Pero nunca quise anclarme en él, porque es algo muy enfermo hacerlo. Porque ese ser amado no merece tal afrenta. Porque ese ser amado, no merece tal falta de respeto, de exponerlo al morboso zarandeo público. Su preciosa imagen no merece ser expuesta en estandartes propagandísticos, como si fueran una marca de jabón, levantados por gente anónima, ni usados para hacer reclamos, sean vocingleros o silenciosos.
Los muertos usados para el odio y la revancha. ¡Qué horror!
El planeta y sus habitantes, no necesitan que volquemos en él, la basura.
Los ecologistas se preocupan mucho de las bolsas de nylon y del petróleo, pero nadie se ocupa de la basura psicológica.
Nadie precisa de tu dolor, porque cada uno ya tiene los suyos. ¡Vaya que sí!
Ni precisa tu odio, tu protesta, tu reclamo. No precisa nada de eso.
Si no eres capaz de dejar de odiar si no eres capaz de perdonar, si no eres capaz de compadecerte de los vivos, y sólo puedes andar por el mundo con tus estandartes de muerte, anclado en el cuerpo del dolor, entonces tú también estás muerto, y llevas la muerte por estandarte, porque haces culto de ella.
Yo también sentí la muerte de mi hijo como mi propia muerte, yo también tuve mi cuota de encadenamiento a ese dolor, yo también sentí la injusticia y reviví mil veces su muerte en una pista helada. Pero en algún momento del proceso, pude salir de esa cárcel de muerte.
Una amiga me preguntó una vez: —¿No sentís rabia, cuando viene a visitarte el mejor amigo de tu hijo, no pensás que es injusto que él este vivo y tu hijo no?
Quedé horrorizada. Luego pensé, ¿cómo es posible que haya gente que pueda siquiera pensar de esa manera?
Y sí, las hay.
El rencor es un veneno muy potente. La rabia, la envidia, la violencia.
Los resentidos, con su cara gris y enojada, están enfermos. Enfermos crónicos de victimismo. Y lo peor, no lo saben, no quieren curarse, y enferman al mundo entero con su veneno.
¿Dónde están los desaparecidos?
No los busques porque YA NO ESTÁN.
No están DESAPARECIDOS, están MUERTOS. Fueron asesinados.
Como Eduardo. No están acá, no los busques.
Están en un lugar donde tu limitación y tu materialismo, no los van a encontrar.
Si no puedes dar vuelta la página, y perdonar y amar y vivir, tienes muchas alternativas:
a) El suicidio
b) Trasmutar la muerte por vida, mientras puedas, y agradecer que aún vives.
c) Permanecer anclado a tu dolor y resentimiento, pero sin arrojárselo a la cara a los demás.
d) Hacer marchas de silencio, alrededor de la mesa de tu comedor, y llevar las caras de tus muertos, en banderines, si tienes esa morbosa psicopatía.
e) Irte a África cuidar a los niños que aún viven, pero que se mueren de hambre comidos por las moscas, mientras tú lloras pegado a tu heladera bien llena de alimentos. —ya sé que todos no tenemos vocación de Madre Teresa, yo al menos no la tengo.
f) Hacer justicia con tus propia manos —para mí es válido, si te atienes a las consecuencias y eres corajudo— sales a asesinar a todos los que te parezcan culpables de tu dolor. Eso al menos hará que te encierren en un manicomio, y dejes de arrojar tu veneno por ahí.
g) Cultivar margaritas del color que quieras, blancas, amarillas, y rojas. Negras no, porque NO EXISTEN, y a no ser que nazcan mal, no les faltan dos pétalos ni tres, y son el símbolo de la pureza, la inocencia, la amistad incondicional, el amor puro, y de nada más.
h) Si no te convence ningún punto. Ve a llorar al cuartito. Yo lo hice, y lo hago todavía, pero con amor, con gratitud, ayudando a los que puedo, y sin tirar basura para arriba, porque al final cae encima de ti.
Si crees que haciendo lo que estuviste haciendo durante cuarenta, cincuenta, o cien años, sin advertir que nunca da resultado, porque ni te devuelve tus muertos ni deja de haber terrorismo de estado, entonces esto incrementará mas tu odio, porque eso es lo único que da sentido a tu vida : ODIAR.
Si no quieres o no te gusta escuchar lo que pienso, no leas.
Si quieres impedirme que lo escriba, eres fascista y amante del pensamiento único.
Si quieres decir que soy insensible, no es cierto, quizás tú seas hipócrita.
Yo sí quiero que el mundo cambie. Yo sí quiero dejar de echar basura al planeta.
Yo sí estoy contra la violencia de cualquier género.
Yo sí estoy de acuerdo con hablar correctamente y dejar de inventar payasadas con ese lenguaje alternativo de idiotas.
Y contrariamente a lo que promueven las aberrantes margaritas negras deshojadas, y a los que las esgrimen, que solo obedecen al culto de la muerte y a instalar en el mundo el culto del odio, yo sí pienso que el mundo solo, solo se salva con amor y perdón.