JUEGO DE ESPEJOS
Sobre el origen de
la creación cuentan que en el principio sólo fue oscuridad y de ella surgió el
caos.
Aún no salimos.
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Dada la dificultad
del ser humano para ver la realidad de sí mismo, el Padre eterno, le dio algo
que se lo revelara: Un espejo.
Para que aprendiese
a usarlo, puso en la tierra como su emisaria, a Concepción, luego de sumergirla
en la fuente del Agua de la Memoria, para que los humanos pudieran salir del
caos, a través del recuerdo de todos los tiempos.
Desde pequeña,
Concepción se libró de cualquier sobrenombre ultrajante, como China, Conchita,
o Conce, tan reñidos con su esencia, ya que sólo respondía si era llamada
adecuadamente, pero tuvo que aceptar como obsequio de sus padres, un espejo
turbio.
No por mala
voluntad de sus ancestros, sino porque era del que ellos y el mundo disponían en
ese momento.
Y creció mirándose
en él.
Concepción se
miraba y su imagen aparecía imprecisa, borrosa, un caos.
Era considerado de
mal gusto poner en tela de juicio la limpidez de dicho espejo, una falta de
respeto a la tradición de sus mayores que siempre lo habían usado y se lo
ofrecían con la mayor diligencia.
Decirles: “No puedo
verme bien, hay que desempañarlo”, sería considerado una audacia. Sobre todo
para una dulce y obediente niña. No se cuestiona a los mayores.
En la escuela
tampoco pudo correr mucho a mirarse en otros, ya que una niña debe estarse
quieta y modosa, y por lo demás, el patio de los recreos era demasiado chico,
para grandes correrías.
Así que allí se quedó
en las penumbras del caos, dormida, esperando algún príncipe azul que la
despertara o le revelara el secreto de quién era en realidad.
Era lo que se
esperaba de las doncellas, en los albores terráqueos, debido a los dictámenes
de que ninguna mujer podía ser sabia sin recibir instrucción masculina.
No llegaron príncipes, sólo sapos.
Algunos en forma de
Mesías, otros revolucionarios, y varios locos.
-Debes darles una oportunidad, le decía su madre, los hombres son muy importantes.
-Pero madre, hablan
tan raro, no me conmueven y todos contribuyen a empañar mi espejo ¡no los
entiendo!
-
Concepción, a los hombres no debes
entenderlos, sólo escucharlos, y en paz.
Concepción no
estaba segura de querer esa paz.
Gracias a Dios, Luz
-que era su amiga incondicional- un día quiso saber y analizar –Cuéntame de tus
pretendientes, -le preguntó- ¿qué hacen, de qué te hablan? Quiero entender por
qué ninguno logra tu conquista.
Ella le confió sus
encuentros uno por uno:
-1) Epicuro me
lleva a pasear por el jardín, y siempre quiere abrazarme para sentir mi pecho
contra su cuerpo.
- 2) Brahamán se
sienta sobre el césped del jardín, me contempla con las piernas cruzadas en
posición de loto, pone sus ojos en blanco y recita el ringveda en sánscrito;
mientras, su mascota, un cisne blanco, picotea y destroza las flores, no lo
soporto, ni a él ni al cisne. Aparte: ¡nunca se cambia de camisa!
- 3) Con Beato, caminamos siempre hasta la
ermita y me habla del pecado y el amor-hasta-que-la-muerte-nos-separe, siempre lleva una pesada mochila de culpas, y no se atreve a tocarme un pelo, aunque he descubierto que después que
me deja en casa, va para lo de Magdalena.
-¡Qué barbaridad!
-acota Luz- ¿Y los otros? ¿Qué tal Fidelio, el de las sierras, el fumador de habanos, y la barba
hirsuta?
- Ese es agobiante,
habla durante horas y horas sobre el materialismo histórico y el
lumpenproletariado y sueña con cortinas de hierro. Por suerte siempre logro quedar dormida
mientras habla.
-
¿Y Adolfo, el de los bigotitos
ridículos?
-
¡Uy, ése es el peor, me da pánico! Si
bien escucha a Wagner y lee a Nietzsche; también se tiñe el pelo de rubio, usa
botas de tacones altos y juega con un cuchillo largo con el que una vez,
amenazó al cartero porque lo miró torcido, y eso que él mismo es bizco, y el
pobre cartero también.
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Así fue pasando el
tiempo y Concepción, debido a tales hombres tratando de conquistarla para sí, y
con su espejo cada vez más turbio, sin duda debido a esos mismos sujetos, fue
quedando en un letargo. Como la bella durmiente.
Y
esperaba. No sabía si al príncipe o a qué. Tal cómo los que aún esperan a
Godot.
Sus
cortejantes pasaron por ella, y siguieron su camino sin lograr conquistarla ni
corromperla. Porque su temple de origen divino era inmune a las falacias.
Supo
después que:
-1) Epicuro se casó
con una tal Safo y allá andan, deambulando por jardines enmarañados y
cantándole noche y día a la pasión y el deseo.
-2) Brahamán, por
el contrario, vive sin pareja ya que logró abolir todo deseo. Se internó en un
monasterio allá en el Tibet y dicen que alcanzó el Nirvana. Nadie lo pudo
comprobar porque no hay quién se le acerque, (sigue con la misma camisa) y no
usa espejo porque no se afeita. Beato se
metió a cura y las monjitas del convento, con su propio espejo turbio, mueren
por él.
-3) Fidelio, afeitó
su cara (algo tuvo que cambiar para que todo siguiera igual), y aunque su
cortina de hierro se oxidó, sigue cantándole a la luna su oda sobre la lucha de
clases, mientras los dorados espejos de su imperio – bien turbios- lo reflejan
con su -muy turbia- corona de rey.
-4) De Adolfo ¡ni
hablemos! Su espejo nunca le reflejó su bestialidad ni su locura (parece que
los sicópatas son como los vampiros: su imagen no se refleja); y por suerte para el
género humano, un buen día se suicidó para siempre.
Concepción seguía dormida y virgen ya que nadie había logrado hacerla partícipe de sus credos.
Y un día, justo en
su cumpleaños, sus amigas la fueron a saludar.
Aurora, le regaló el anuncio de la llegada del
sol, y era tal la claridad reinante que Concepción ya no pudo seguir durmiendo.
Era hora de despertar.
Luz le trajo una
lámpara mágica que expandía su luz violeta sin límites, para que viera quién era.
Libertad le
obsequió su gamuza mágica desempaña-espejos.
Con ella frotó
suavemente la superficie del suyo y ¡Aleluya! Allí vio reflejada con toda
nitidez la realidad divina de su esencia.
Nadie supo nunca lo
que vio, ya que la imagen de una Concepción virgen sólo se refleja para su
dueño, y como es un logro individual, es visión vedada al hombre-masa.
Pero ese mismo día, con la nueva imagen en su
mochila, partió de viaje por el mundo. Probó todas las comidas, aspiró el
perfume de todas las flores, bebió de todas las fuentes, y nunca, nunca, olvidó
encender su lámpara ni limpiar su espejo.
Después cruzó el ancho mar de la soledad y
retornó al puerto, con su alma entera y una certeza: el príncipe azul de los nuevos tiempos aún no existía, y tampoco había en la tierra, un sólo espejo limpio que
lo reflejase.
Pensó que tan sólo
quedaba una esperanza en pie, para que el mundo comenzara a reflejar otra
imagen de sí mismo; y era que un día los humanos se decidieran a comprar un
espejo nuevo, ya que los viejos –además de turbios– parecían irrecuperables.
Sin embargo -pensó
con escepticismo- tanto las empresas como la gente es reacia a invertir mucho
capital en espejos.
Siempre queda una
opción -pensó: Volverse hacia la naturaleza y mirarse en sus manantiales. (El agua
siempre ha sido un espejo formidable, y es gratis). Solo habría que cuidar que
Narciso no intentara “robar cámara” interponiéndose, ya que de ser así:
“comincia tutto da cappo”.