Filigranas de oro y plata.
Alondra viene subiendo la cuesta cotidiana
desde el mercado. Su mano izquierda tira del carro con la compra; de su mano
derecha, su alma la viene jalando a ella. Están por llegar al recodo donde
el camino pega una vuelta brusca. El
alma llega primero y quiere frenar, pero ya es tarde; una ráfaga de viento helado,
arremete con furia y las desvía del sendero, haciéndolas tambalear. Quedan
ateridas, aferrándose la una a la otra.
El invierno ha llegado.
La compra se desparrama por el suelo; las
naranjas ruedan ladera abajo, vuelan por los aires mariposas verdes de albahaca
y los tomates se estrellan jugosos, contra las piedras.
— ¿Con
qué prepararé la cena, ahora?
— No
te afanes -contesta el alma- este viento gélido, suele llevarse también a los
comensales.
— ¿Adónde?
–pregunta Alondra con estupor.
— A
transitar sus propias sendas, lejos de la tuya –contesta el alma, sin ocultar
la pena.
— ¿Qué
haré yo, entonces?
— Emprender
un viaje –contesta el alma, categórica. Y uniendo la palabra a la acción, comienza
a jalar de nuevo aquella mano, que la ventisca obligó a soltar. Llegan a la
orilla de una playa solitaria donde las espera una barca.
Comienzan a surcar el océano.
El
horizonte siempre se ve demasiado lejos; eso, cuando las aguas están calmas, si
la agitación del oleaje es muy grande, es imposible divisarlo. Van a la deriva,
perdida la rosa de los vientos. Sienten lo que dice el poeta: “Caminante no hay
camino, sólo estelas en la mar…”
Barca
tenebrosa, proveniente de un lugar que, cual la Atlántida, quedó hundido en el
pasado. Alondra y su alma. Llevando como único bagaje: hilos dorados, del sol
que un día endulzó la piel, y plata de luna, recogida en manantiales de noches
sin sueño. Con ellos se ha ido tejiendo
la trama de los tiempos.
El embate de las olas contra la barca la
zarandea hasta casi zozobrar. El agua salada corre por el rostro, empapa el
cuerpo, cala hasta los huesos. Es llanto del alma, que teme sucumbir en aguas
de olvido, aguas del Leteo - aquel río del infierno que borra todo recuerdo.
La barca no naufraga. El destino no
quiso. El alma se lanza a bucear hasta las honduras más gélidas, y, con la
ductilidad que le es propia, vislumbra, esa llama misteriosa y sin nombre, que
emerge desde las profundidades. Faro luminoso que guía y protege, cuando la
voluntad sola no alcanza.
Después de días, meses, o años –nunca se
sabe porque el tiempo pasa diferente para todos y hasta hay quien asegura que
siempre es presente- ambas llegan a la orilla que las vio partir; pero ya no son
las mismas. Alondra, trae huellas de heridas
ya cicatrizadas; mientras que en el alma, las mismas heridas permanecen abiertas,
y así será por siempre, porque eso es inherente al alma: No cicatriza. Ella
trasmuta la sangre que mana de ellas en luz que desvanece la sombra
interior.
Suben por la misma cuesta de antes, camino a
casa.
Al abrir la puerta, las invade un vaho solitario,
que se desprende de los muros. Son los espectros del ayer, que aguardan
siempre.
Alondra enjuga su rostro, que aún conserva la
salada humedad del llanto marino; luego,
sale al patio trasero a buscar troncos para encender el fuego.
El fuego purifica –susurra- ahuyenta los
fantasmas de la soledad.
— No estás sola –susurra el alma- mientras extrae
de su esencia, dorados filamentos de sol, y hebras plateadas de luna, rescatados
de la barca.
Alondra y su alma se sientan juntas frente al
fuego del hogar, agradecidas de no haber perdido los preciosos hilos, en la
barca de los tiempos; y, aunque ya es noche cerrada, al resplandor de la
lumbre, comienzan a labrar, en espera del amanecer, la filigrana de nuevos
días.
Del País Sin Olvido
Era mi barca.
Que surcaba
Sueño y brisa,
Cielo y Mar.
Llevando al horizonte
Filigranas
De plata de luna
Y de oro el cantar.
Implacable
La tormenta:
Sal y embate.
Y la rosa perdida
En alta mar
Sueltas al viento
Las sutiles tramas
Sin norte
La barca mía
De luna y plata vacía
Y un abismo
Que surcar.
Quise cantarte
Triste barca sin
destino
Y un espectro de
silencio
Ahogó mi voz
Quise abrazarte
Y se ahondó mi herida,
De luna y plata vacía
Sin canto, sin adiós.
Quise aferrarme
Blanca espuma,
A tu susurro
De plata y luna.
Y en el cielo
De plomo
El relámpago ardió
Fluyendo de luna
el canto
De lluvia, de plata
y llanto
Llanto de mi barca
Muda
Y tuya la voz:
De plata y luna.
Qué belleza este texto! ��
ResponderEliminarCada vez que li leo me gusta más !