miércoles, 4 de marzo de 2020

BARCA a la deriva




Filigranas de oro y plata.  

Alondra viene subiendo la cuesta cotidiana desde el mercado. Su mano izquierda tira del carro con la compra; de su mano derecha, su alma la viene   jalando a ella. Están por llegar al recodo donde el camino pega una vuelta brusca.  El alma llega primero y quiere frenar, pero ya es tarde; una ráfaga de viento helado, arremete con furia y las desvía del sendero, haciéndolas tambalear. Quedan ateridas, aferrándose la una a la otra.
 El invierno ha llegado.
 La compra se desparrama por el suelo; las naranjas ruedan ladera abajo, vuelan por los aires mariposas verdes de albahaca y los tomates se estrellan jugosos, contra las piedras.
   ¿Con qué prepararé la cena, ahora?
   No te afanes -contesta el alma- este viento gélido, suele llevarse también a los comensales.
   ¿Adónde? –pregunta Alondra con estupor.
   A transitar sus propias sendas, lejos de la tuya –contesta el alma, sin ocultar la pena.  
   ¿Qué haré yo, entonces?
   Emprender un viaje –contesta el alma, categórica. Y uniendo la palabra a la acción, comienza a jalar de nuevo aquella mano, que la ventisca obligó a soltar. Llegan a la orilla de una playa solitaria donde las espera una barca.
  Comienzan a surcar el océano.
El horizonte siempre se ve demasiado lejos; eso, cuando las aguas están calmas, si la agitación del oleaje es muy grande, es imposible divisarlo. Van a la deriva, perdida la rosa de los vientos. Sienten lo que dice el poeta: “Caminante no hay camino, sólo estelas en la mar…”
Barca tenebrosa, proveniente de un lugar que, cual la Atlántida, quedó hundido en el pasado. Alondra y su alma. Llevando como único bagaje: hilos dorados, del sol que un día endulzó la piel, y plata de luna, recogida en manantiales de noches sin sueño.  Con ellos se ha ido tejiendo la trama de los tiempos.
 El embate de las olas contra la barca la zarandea hasta casi zozobrar. El agua salada corre por el rostro, empapa el cuerpo, cala hasta los huesos. Es llanto del alma, que teme sucumbir en aguas de olvido, aguas del Leteo - aquel río del infierno que borra todo recuerdo.
La barca no naufraga. El destino no quiso. El alma se lanza a bucear hasta las honduras más gélidas, y, con la ductilidad que le es propia, vislumbra, esa llama misteriosa y sin nombre, que emerge desde las profundidades. Faro luminoso que guía y protege, cuando la voluntad sola no alcanza.
Después de días, meses, o años –nunca se sabe porque el tiempo pasa diferente para todos y hasta hay quien asegura que siempre es presente- ambas llegan a la orilla que las vio partir; pero ya no son las mismas.  Alondra, trae huellas de heridas ya cicatrizadas; mientras que en el alma, las mismas heridas permanecen abiertas, y así será por siempre, porque eso es inherente al alma: No cicatriza. Ella trasmuta la sangre que mana de ellas en luz que desvanece la sombra interior.  
Suben por la misma cuesta de antes, camino a casa.

 Al abrir la puerta, las invade un vaho solitario, que se desprende de los muros. Son los espectros del ayer, que aguardan siempre.
  Alondra enjuga su rostro, que aún conserva la salada humedad del llanto   marino; luego, sale al patio trasero a buscar troncos para encender el fuego.
El fuego purifica –susurra- ahuyenta los fantasmas de la soledad.
    No estás sola –susurra el alma- mientras extrae de su esencia, dorados filamentos de sol, y hebras plateadas de luna, rescatados de la barca. 
      Alondra y su alma se sientan juntas frente al fuego del hogar, agradecidas de no haber perdido los preciosos hilos, en la barca de los tiempos; y, aunque ya es noche cerrada, al resplandor de la lumbre, comienzan a labrar, en espera del amanecer, la filigrana de nuevos días.                                
Del País Sin Olvido
Era mi barca.
Que surcaba
Sueño y brisa,
Cielo y Mar.
Llevando al horizonte
Filigranas
De plata de luna
Y de oro el cantar.

Implacable
La tormenta:
Sal y embate.
Y la rosa perdida
En alta mar
Sueltas al viento
Las sutiles tramas
Sin norte
La barca mía
De luna y plata vacía
Y un abismo
Que surcar.

Quise cantarte
Triste barca sin destino
Y un espectro de silencio
Ahogó mi voz
Quise abrazarte
Y se ahondó mi herida,
De luna y plata vacía
Sin canto, sin adiós.

Quise aferrarme
Blanca espuma,
A tu susurro
De plata y luna.
Y en el cielo
De plomo
El relámpago ardió
Fluyendo de luna
 el canto
De lluvia, de plata
 y llanto
Llanto de mi barca
Muda
Y tuya la voz:
De plata y luna.

1 comentario:

  1. Qué belleza este texto! ��
    Cada vez que li leo me gusta más !

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