PUNTA DEL DIABLO
Este va para las mujeres que no necesitan taconear fuerte declamando sus arengas, sino que siempre tienen una habitación pronta para quien se pierda. (Y también para mi querido sobrino "el Colo" que vive en el paraíso).
Primera parte
Mónica
entró en escena taconeando fuerte. Era lo que hacía cuando estaba en modo
teatral. De inmediato soltó su parlamento:
— Alfredo,
tenemos que hablar, ¡sabes de sobra que esto no está funcionando!
Mientras hablaba iba despojándose de su chaqueta
color herrumbre -con ribetes de cuero bordó en puños y cuello- la cual lanzaba
con furia al manso sillón color crema, mientras, iba recorriendo la sala a
grandes zancadas, hiriendo el parquet con saña.
— ¡No soporto más esta convivencia!, o
te vas tú o me iré yo. Ya sabes que prefiero que seas tú el que deje
la casa.
Yo como es habitual estaba mudo. Nunca me gustó mucho el melodrama. Así que dejé el libro que había estado leyendo sobre
la mesa, e hice mutis por el foro, sin que se notara el menor ruido cuando
cerré la puerta de calle.
Conociéndola debe haber seguido con su parlamento y
taconeo, un buen rato antes de percatarse de mi ausencia.
Me subí al auto sin ningún rumbo, solo quería
alejarme de la escena. Vana pretensión, por más distancia física que pusiera,
mi mente, cual proyector atascado seguía pasando esa única toma, una y otra
vez: los tacones de Mónica retumbando en el piso de madera; cada una de sus
palabras, y la chaqueta color herrumbre -con ribetes de cuero bordó en puños y
cuello-, volando hacia el sofá color crema. ¡Cada inútil detalle!
La mente es la cosa más impresionable y
obsesiva que existe, con excepción, quizás, del gato de mi madre, que es paranoico,
y que puede pasar dos horas arañando el vidrio de una ventana hasta que alguien
decide abrirle, antes que matarlo. Un
verdadero gato persistente.
Gracias
a esa feliz comparación de mi mente de disco rayado con el gato maniático de mi
madre, mi deambular tomó rumbo hacia su casa. Como mi progenitora vive en
Piriápolis, si no lograba apagar el proyector mental, tenía asegurada por lo menos una
hora más de cinta, rodando en mi pantalla interna, antes de llegar.
Era casi medianoche cuando golpeé en su ventana. Mi madre se acuesta tarde y lee durante
horas, o escucha la radio.
No se asombró para nada cuando me abrió la puerta.
¿ - Qué tal hijo? ¿Te echó Mónica? En el
horno tienes pastel de carne, tiene pasas.
Me voy a seguir con mi libro que estoy atrapada en un nudo álgido. Mañana charlamos.
Así es mi madre. Y yo ya
pasé la edad en que me daba bronca cuando emitía, a boca de jarro y con total
desparpajo, sus conclusiones. Ya no la tildaba de retrógrada o
prejuiciosa. Por un lado, porque casi
siempre acierta, y por otro, porque supe que también el sol es retrógrado −hace
siglos que, para nosotros, describe el mismo circuito en el espacio. Así que le di un beso y me fui a la cocina a
servirme pastel de carne, calladito la boca.
Luego dudé entre acostarme –mi cama siempre está preparada en el
altillo− o ir a dar una vuelta por el balneario. No tenía sueño. Mejor salir
que quedarse dando vueltas entre las sábanas junto a mi mente-fonógrafo.
La brisa fresca de la noche fue
un alivio. Se ve que las comidas de las madres son una especie de milagro hecho
al horno porque la película se había desdibujado en mi cerebro, y algo pude
elucubrar con calma. Mónica tenía
razón. El matrimonio estaba terminado
hacía rato. Solo una rutina de hábitos
lo mantenía, y el engorro de encarar la separación de bienes. Nomás de pensar
cuáles eran mis libros y cuáles los de ella, me daba fiebre.
Bajé a la playa. Me saqué los
zapatos y guardé las medias en el bolsillo.
Caminé por la orilla; el agua estaba fría y los pies se me hundían en la
arena. Me iba a resultar difícil seguir caminando. Vi una
roca que se extendía, mitad en el agua, mitad fuera, y me senté sobre ella. La espuma de las olas brillaba y bailoteaba alrededor,
como un fantasma travieso y el agua salada me salpicaba con su embate. Pronto
me encontré con los bordes del pantalón empapado y comencé a sentir frío.
Sentí una puntada en el pecho. − Comí
mucho pastel, o es la ansiedad −pensé. La roca era grande y plana, me acosté sobre
ella para descansar un instante. Arriba,
la noche era un techo negro, insondable, que se me venía encima sin el alivio
de una estrella. A mi lado vi pasar un
cangrejo, rozándome la cara. Caminaba
torpe, de costado y con cada ola se zarandeaba de un lado a otro. Anda como yo –pensé−: medio idiota. Refugiándome en casa de mamá, a mi edad. Mejor te vas a la cama, Alfredito, -me dije- mañana
lo verás todo más claro. No sé de dónde,
me llegaba un rumor opaco, un flash, flash, flash, de las olas que
morían en la orilla y se alargaba en un zumbido efervescente. Una niebla comenzó a envolverme. Quise incorporarme, pero estaba como
estaqueado a la roca, inmóvil. Después de un siglo o un segundo, -no sé-, pude volverme para un lado, y luego para el otro, con lentitud, con torpeza, como el cangrejo, manoteando el aire.
No me podía despegar de aquella roca. Y esa brisa marina, tan densa, tan
pegajosa, tan áspera. La noche seguía
oprimiéndome, me ahogaba, por momentos me invadía un sopor y la negrura circundante,
me entraba a bocanadas. Un pez
boqueando. El salitre dejaba en mi
lengua, un rastro amargo. Hasta que, de
a poco, fui logrando desprenderme de la roca. No sé cómo llegué a la casa, como un sonámbulo.
Me metí en la cama, congelado. Las sábanas estaban tersas y olían al jabón
que usa mi madre. Mi cuerpo recobró calor
y me fui quedando dormido, dentro de la luz blanca del alba. El gato, rasgaba interminable sobre el vidrio: flash, flash, alargando el chirrido
con las uñas, y el cangrejo seguía -torpe- tratando de prenderse a la roca. Entre-sueños,
oía los pasos de mi madre: flash, flash, arrastrando sus pantuflas en la
noche, quizás, abría la ventana al gato, o tal vez fueran todavía las olas: flash, flash… El clamor del mar inundaba la habitación, insistente,
sin pausa, mente- fonógrafo.
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Eran las ocho de la mañana. Sonó el timbre de la calle. Berta, con el mate en la mano, fue a abrir la
puerta, el gato salió como un bólido entre las piernas de los dos agentes de
policía que aguardaban en el umbral.
−
Buen día, señora, ¿Usted es la madre de Alfredo López?
−
Buenas, sí, soy yo, Alfredo está arriba, durmiendo. ¿Por qué?
−
No señora, no se asuste, pero su hijo está en la clínica.
−
¿¡Cómo?! ¿Qué le pasó?
−
No se inquiete, ya está bien, quedó en observación. Unos muchachos lo encontraron en la playa de
madrugada, medio desvanecido sobre una roca.
Segunda
parte
Se oyó una mezcla chillona del Bolero de Ravel, sonando en el bolsillo.
Berta se despojó de los toscos guantes de jardín y los lanzó, junto con las
tijeras de podar, al pie de sus rosas.
—
¿Sí?
—
¡Hace rato que te llamo al fijo y no me atiendes!
—
Ah, buenos días Mónica, estoy en el jardín podando el rosal.
—
¿Alfredo está
allí? Desde ayer que lo llamo al celular
y tampoco contesta.
—
Estuvo una noche, hace como dos semanas, pero ya se fue.
—
¿Adónde?
—
Lamento, Mónica, pero después que pasó de los cuarenta dejé
de preocuparme por su paradero.
—
¡Guárdate tus ironías! Mi abogado tiene prontos los papeles
de divorcio, tiene que venir a firmar.
—
Bueno, pues aquí no está. Si lo llego a ver, le aviso.
Berta cortó. Metió el Celular en el bolsillo, calzó otra
vez sus guantes y siguió ocupada en sus rosas.
“No
seré yo la que te informe. ¡Bruja! ¿Quién sabe dónde fue? Él está bien, y es lo
único que a mí me importa. No fue nada.
El médico − ¡qué tipo insufrible ese Marquitos! − bolo histérico, dijo, así hablan ellos, ¡a
saber! La mente: ¡cosa complicada!
Infarto no fue, así que… ya está. Le dieron el alta. Yo tranquila.
Es un poco flojo, de carácter, digo. Demasiado pacífico. Como el
padre. Genes. Yo soy otra cosa. A veces me fastidiaba. Daban ganas de
zamarrearlo. Pero esa loca de Mónica: “Mi abogado tiene pronto…¡Sí, ya sé lo
qué tendrá pronto tu abogaducho! Alfredo
era el único que no se daba por enterado. ¿O sí? dejaba pasar. No sé. Sin
sangre diría mi vecina, ¡qué sabe ella! después de todo es un buen chico. Me fui corriendo a la clínica, allí todas las
enfermeras me conocen. Lo encontré raro, como en otro mundo. Amnesia me dijeron
las chicas. Yo no me lo creo. Lo
conozco. Esa mirada de picardía, como
cuando era niño y hacía alguna travesura.
Habló poco, menos que de costumbre, pero, ¡en fin! nunca fue muy
charlatán. Después del alta, vino, levantó sus cosas, me dio un beso, me miró a
los ojos con una mirada cómplice: “Confío en vos, −me dijo− no hay drama, estoy
bien, solo te pido una cosa: no des información sobre mí” Y se fue. Es cierto, en mi puede confiar y por regla
general no hago drama ni doy información.
Una aprende con los años.
(Antes en la Clínica)
Envuelto en penumbras, sentía como si estuviera caminando por una ruta
desierta que no llegaba a ninguna parte.
No
sabía dónde estaba ni porqué. Tenía la mente en blanco.
¡Qué
interesante! Una sensación que en algún
momento de mi vida habría dado cualquier cosa por lograr: ¡dejar la mente en
blanco! –como un buda− Parar ese flujo
de pensamientos torturantes que daba vuelta constantemente por mi cerebro.
¡Bueno, estas justo donde querías, −me dije al fin− con la mente bien
blanquita!
Se abrió la puerta de la sala y entró un
hombre más o menos de mi edad, con una chaquetilla blanca encima de su camisa
celeste. Traía una sonrisa de oreja a oreja y ese semblante de la gente que
está tan complacida de sí misma, que no puede más.
—
¡Hola Alfredito!, ¿cómo estás hoy, mi viejo?
Su tono era entre protector y canchero,
como si me conociera de toda la vida, hasta me palmeó un hombro. Yo no tenía la
menor idea de quién era. Murmuré un saludo y mi rostro revelaba el mayor
desconcierto. Él se alejó para mirarme
fijo a la cara –cómo quién observa un cuadro de Dalí tratando de interpretar
que demonios es – y luego exclamó triunfal: “¡Amnesia temporaria post traumática!”, tan contento como si hubiera
descubierto la rueda.
Mi mente – que hasta ese momento había
permanecido blanca y dormida, se iluminó de un solo golpe y lo reconocí. Retuve para mí, tanto la risa como el
desagrado – ¡siempre el mismo Marcos, petimetre arrogante!, con su odiosa
auto-complacencia a flor de piel que lo envuelve como si fuera papel de
regalo. Así que el botarate de la clase ahora es médico, −pensé−
¡pobre de sus pacientes!
Fue
en ese preciso momento, viendo su expresión, cuando me tomó por asalto una
repentina lucidez, como jamás en mi vida había experimentado antes. Viendo
reflejado en su semblante esa convicción tan grande en mi amnesia, − me dije−
¡Qué inigualable oportunidad de empezar
de cero!, con una mente sin memoria,
inmaculada, dejando atrás el enorme peso de un pasado gris. Y sin la menor hesitación, lo miré con mi
cara más perpleja, y le dije.
− _ Perdón, ¿Nos conocemos?
Fue así como quedó instaurada mi supuesta “amnesia post traumática”. Y me fui a inventarme una vida, en base a mi
virginal memoria foja cero.
Tercera parte
Renato Valdéz (Acá no se precisa más)
− - ¿¡Pero qué te dijo ese atorrante?! ¿Y no te reconoció, decís?
¡No puede ser!
− - Mónica, te digo que no
sabía quién era. Él mismo estaba irreconocible, con unos pantalones vaqueros
rotosos, pescando en la orilla del mar, con los pelos enmarañados al viento y
con el mate, que según vos, nunca tomó. Me miró como si yo fuera un
extraterrestre y cuando le dije: “Soy abogado, nos vimos un par de veces y
vengo de parte de Mónica”, me miró extrañado, entrecerrando los ojos y dijo:
“¿Qué Mónica? yo no conozco ninguna
Mónica” – Y siguió recogiendo el Rell como si tal cosa.
−
¡Yo esto, no me lo puedo creer! −gritaba Mónica, taconeando
fuerte de un lado a otro de la habitación. (Si, el taconeo era inherente en
ella.)
−
Pues créelo, cuando
fui a preguntar por él, al único boliche que hay abierto fuera de
temporada, me dijeron que llegó hace un
tiempo, que no dijo de dónde y nadie se
lo preguntó, que se llama Renato
Valdéz, que es “un tipo macanudo”, que sabe pescar y reparte lo que saca con los demás, que se hospeda en el Hostal El Nagual, que
cuando no pesca se la pasa leyendo, o jugando al truco acá mismo con los muchachos, que no se mete con nadie y paga “la vuelta” cuando le toca y que
“acá no se precisa más”.
🥰🥰 me siento en familia leyéndote 🌸
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