sábado, 22 de febrero de 2020

La taza de café

(Y el "momento eterno")



Llueve.
Una lluvia mansa, de esas que repiquetea suave y monótona en las lozas del patio y crea la ilusión de un sosiego que vino para quedarse. Unas gaviotas cruzan el aire gris con sus graznidos, y no hacen más que subrayar el silencio apacible. Un instante de eternidad impregnando el alma.
Tengo el fuego prendido y un libro apasionante. No me falta nada. Bueno  sí: ¡una taza de café!
Voy a la cocina, vierto el agua, pongo el café, y luego la cafetera encima de la hornalla encendida. Al rato el aroma delicioso se expande por el aire. Del aparador saco mi taza, esa roja y de loza no tan fina, que es la que me gusta porque llena mi mano sin quemarla.  ¡Qué maravilla de paz! Estoy a punto de sentarme entre almohadones, frente al fuego, desplazo la gata que siempre intenta robarme el lugar, y, de pronto, ¡un alboroto inconcebible me llega desde el jardín, colándose entre la cortina de lluvia, y rompiendo el hechizo!  Mi sobresalto no tiene consuelo: Alguien –con demasiado brío­- golpetea sus manos y luego la puerta, haciéndola temblar.
El instante de eternidad se hace añicos. Pero ¿a quién se le ocurre salir de casa bajo este diluvio?  A alguien muy inoportuno –me respondo. Y –sustituyendo cantidades iguales, veo a mi vecina, - Estrella- la que habla sin descanso, y que en su vida no ha leído  otra cosa,  más  que la revista “Hola”, cuando espera turno en la peluquería.  Ha sumando ahora a los golpeteos,  su voz de urraca afónica y  me  llama a los gritos: “¡Dorita, Dorita!”  -No fuera cosa que de golpe me hubiera quedado sorda.
Corro a abrir la puerta antes de que la eche abajo; y sin darme tiempo de  abrir la boca para preguntar quien ha muerto,  entra en la sala como una exhalación endemoniada,   sacude el paraguas sobre la alfombra como atacada del mal de san vito y me estampa un efusivo beso mojado, sobre la mejilla, mientras declama con jolgorio triunfal:
-¡Agradéceme! ¡Vengo a salvarte de tu soledad y a invitarte a un chocolate danzante  que hacen en el club!  ¡¿Qué otra cosa, ya me dirás, se puede hacer en esta tarde de perros!?
Y yo no solo siento como se evapora tristemente, aquel “instante de irrecuperable eternidad”, sino que mi ánimo –por alguna razón desconocida- se ha vuelto una alpargata abandonada bajo esa misma lluvia que aún persiste afuera, sosegada y nostálgica.
 Ahora, inundando mi universo, ha penetrado en mi sala un violento vendaval, y, no sólo me ha apagado, de un baldazo, el fuego que ardía en la estufa, sino que ha hecho huir despavorida a la gata, ha cerrado sin más, mi apasionante libro, y encima: ¡se ha tomado mi café!

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