miércoles, 19 de febrero de 2020

El paquete azul



                                 
                                                       
Casi la tenía olvidada, así que ver como aparecía y se sentaba frente a mí, fue un impacto.
Ella venía de afuera, del frío, pero dentro del Shopping te asfixiaba el calor. Yo estaba en la cafetería, tomando algo fresco. 
Ella dijo: “Hola”, y comenzó a quitarse la gruesa bufanda que traía enrollada al cuello, luego el viejo chaquetón, que acomodó en el respaldo de la silla, antes de sentarse.
No era elegante.
Era joven.
Yo la miraba hacer, con ojos asombrados del pasmo, como quien ve un fantasma.
Eso era.

—¿Que haces acá? -le pregunté, incrédula- (estoy segura de que ella notó mi azoramiento).
—Salí de compras. Te divisé de lejos y vine a acompañarte un rato. -mientras decía esto, se frotaba las manos para que entraran en calor.
—Si, claro...-murmuré pensativa, casi para mis adentros, viendo toda la parafernalia de abrigo que llevaba- antes uno pasaba frío cuando salía de compras en invierno, caminabas a la intemperie, no existían los Centros comerciales.
 Parece mentira que habiendo sido tan íntimas el trato resultara tan forzado, como para tener que hablar del tiempo. Debe ser el famoso salto generacional -pensé. Para mi han pasado los años, y ¡tantas cosas! Para ella el tiempo se había detenido, congelado como en una foto vieja.
—Cierto, además ahora vas en auto –dijo-, pero si recuerdas, el mío se lo lleva siempre mi marido, con el asunto del trabajo, -emitió una breve risa sardónica-
—Si, cambian las cosas cuando uno se divorcia, pero no vayas a creer que es la panacea. 
—No empieces con las quejas porque se te ve bien.
—¡Bien!  ¿Cómo puedes decir eso?  ¡Veinte años más vieja nunca puede ser bien!
Y menos si supieras las cosas que pueden pasar en veinte años -pensé- pero no dije nada.
—Al menos ¿aprendiste algo? -dijo con una reticencia que me cayó como una patada en el hígado- Ya conoces el refrán: “El diablo sabe por diablo...”
—Creo que algo habré aprendido - le contesto entre dientes- aunque preferiría mil veces seguir siendo ignorante, como vos, -rematé implacable.
—Ah ¡gracias! ¿y desde cuando la ignorancia te parece algo bueno? -me lo dice sin ironía, sin mostrar alteración alguna, (adivino que piensa): “Y bueno, disculpemos sus exabruptos, es que se ha hecho mayor.”
—Mira, a veces, cierta clase de ignorancia, por lo menos en algunas materias, resulta ser sinónimo de inocencia, y siempre es cosa buena ser inocente en algo. Mi parrafada de cátedra tuvo un sabor muy añejo.
—Por supuesto, ¡no estoy de acuerdo! -dijo muy convencida.
 Así era ella. Las cuatro cosas que sabía las tenía muy claras, y decirle que algún tipo de ignorancia podía resultar buena, era una ignominia atroz para ella, por lo menos en aquellos tiempos. No podía reprocharle. Cuando se es joven y con la mirada límpida todo parece diáfano.
Pero... quería advertirle de la relatividad de las cosas: que después del día viene la noche, ¡qué se yo! avisarle. Pero es imposible: está prohibido. Además: ¿Para qué?  Si el tiempo ya se encarga.
 Ella en ese momento era feliz, de algún modo, con esa dicha que te da la vida en algún momento, como un crédito, ¡que luego te hace pagar con creces!
Creía que mantendría por siempre no sólo los objetos, sino todo su mundo, ese universo conocido, amable y valioso que ahora tenía. Yo hubiera querido que fuera así, que conservara sus costumbres, sus modos de vida, sus muebles, sus amigos, cada grande o pequeña cosa, ¡todo!
 En ese instante experimentaba sentimientos contradictorios hacia ella: envidia y pena. Me da vergüenza, pero es así.
—¿Tus hijos? –le pregunto- Y por dentro siento como un veneno intenso me disuelve las entrañas.
 —Divinos... –contesta ingenua y blanca- La mas chica recién empieza la escuela, la grande en tercero de Facultad y el varón terminó preparatorios. Todavía no sabe qué va a estudiar, primero quiere hacer un viaje.
¡Qué viaje harán todos! –pensé -pero me callé la boca, y el veneno seguía comiéndome por dentro.
En su lugar, me encontré diciendo –¿No piensas qué hacer con tu vida cuando ellos vuelen?
 —Falta mucho para eso, ya veré...
 —Eso no es muy racional –apenas lo dije me arrepentí, yo sabía que los   divagues de la razón pueden ser muy rastreros a veces.
 —Me importa muy poco lo racional. En este momento estoy muy ocupada con los sentimientos instalados en mi vida que siempre son más importantes que las razones.
Eso sí, esencialmente estaba de acuerdo con ella. Las argumentaciones de la razón son falaces, tanto pueden convencernos de una cosa, como de lo contrario. La razón es el político corrupto, que todos llevamos dentro. Sin embargo, insistí:
—¿Tendrías una razón para vivir sin tus hijos?
 Lo dudo -contestó firme- Además, ¿por que me salís ahora con toda esa                 prosopopeya?, no es momento. Y te digo más, las dos sabemos que la razón no es fiable: la de un sabio podrá producir sabiduría, pero la de un estúpido, quizá una reverenda estupidez, así que por el momento dejemos los análisis racionales, ya habrá tiempo; ahora estoy muy ocupada en vivir.
En ese momento sentí como se iba acercando una ola enorme que daría vuelta todos los conceptos y los pondría patas arriba.
—Bien –le dije, y pensé que ya estaba bien de masoquismo por hoy- siempre podrás inventarte otra vida, llegado el caso. Y en mi voz se notaba bastante vida inventada.
Ella me miró unos instantes en silencio.  Comprendió. Porque la esencia nunca cambia.  Sentí que ya se quería marchar, quizás a seguir con su vida. La de antes. Yo, sin opción, me quedaba en la de ahora.
—Me voy porque tengo mil cosas que hacer -dijo- me alegro de haberte visto. Después de todo no es tan malo seguir inventándose. Con un poco de amor, y suerte…-dejó la frase sin terminar-
Yo también comprendí. Seguí tomando mi jugo de naranja. Estaba amargo.
Ella se levantó, sacó la chaqueta gastada, del respaldo de la silla –la misma que yo conocía tan bien- se la puso; luego comenzó a enrollarse la gruesa bufanda en torno al cuello, como antes, como siempre. Yo sentía cómo se iba apretando en mi propio cuello hasta casi cortarme la respiración. Quise decirle que también me alegraba de verla, pero no pude, no sé si a causa de la gruesa bufanda, o del silencio oscuro que me tapó la boca con un nudo de nostalgia, o rabia, o la suma de ambas, de lo cual no tengo ni idea qué resulta.  Una especie de vacío en el alma, frente a esa imagen del pasado que venía a visitarme, ¿A santo de qué? ¡Por Dios!
Antes de irse, sacó un gran paquete azul del bolso, y lo extendió hacia mí, en una actitud solemne, que me pareció demasiado afectada, o más bien patética. Si. Creo que Ana siempre fue un poco patética, o tal vez, con el transcurso del tiempo, yo me había revestido de sarcasmo, para disimular esa nostalgia ácida que me producía el encuentro con ella. El sarcasmo es el vestido, que suele usar la frustración para ocultar su desnuda miseria.

Dejó el envoltorio encima de la mesa, y quiso ensayar una sonrisa como despedida. No le salió.
—Este paquete es tuyo, me dijo antes de desaparecer, creo que me llegó por error, por eso no lo abrí, tú tendrás que hacerlo, tienes veinte años por delante, para ir analizando su contenido, ya que te gusta analizar. -no había sarcasmo en el tono de su voz. Aún era inocente.
Y se fue.
Quedé un rato con los ojos perdidos, viendo alejarse esa silueta mía de ayer, que se iba difuminando en el pasado: veinte años más joven, con menos carga, con mi chaqueta vieja: la de siempre, con mi bufanda gruesa: la de antes; pero sin paquete.
¡El paquete azul es todo mío!

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Querido lector: ¿Tú también tienes un paquete azul? 
Te cuento lo que yo hice con él: Lo abrí, lo analicé por dentro y por fuera, lo investigué de arriba a abajo. Por años. Cuando quedé agotada, lo cerré de nuevo, lo até bien fuerte y lo mandé hacia arriba, muy alto, para que alguien que pueda con él, lo reciba. Y fui libre. 
Te deseo que tu también lo sueltes.




                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  

5 comentarios:

  1. Quisiera proponerte alguna crítica constructiva para alimentar mi ego, pero sólo me sale decirte que con tus cuentos tîa, le das un hermoso regalo a mi ser. Creo que liberar la palabra desde el corazón, es el mejor lenguaje para llegarle al otro. Gracias 🙏

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  2. Una vez Goethe dijo que
    "El azul es mezcla de excitación y serenidad.
    Es el límite en el que los opuestos se tocan.
    En el horizonte crepuscular, el azul índigo antecede al negro de la noche. Es el color que nos acompaña de la vigilia al sueño; cuando tierra y cielo se unen, donde el día, inseguro, teme a la noche"
    Será por eso que el paquete (que todos tenemos), es de ese color...
    A mi me llegan al alma estos textos ... Me hacen reflexionar, y me mueven todas las emociones
    Gracias! Nunca dejes de escribir, Hilario 😊 💙

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  3. Gracias �� ! Es para eso que se escribe, para comprender, para ser más libre, para conectarse con el otro y saber que todos vamos en la misma barca ��‍♂️ ��������

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  4. Recién me entero que los emoticones (a los que soy adepta, salen como signos de interrogación. JA!

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